jueves, 31 de octubre de 2019


SUNSET SANTANDER BAY

Llegó a la ciudad costera a petición propia. Pidió el traslado a raíz de su última desilusión amorosa. Cinco meses de intensa pasión terminaron de golpe, al descubrir la infidelidad de su pareja. ¿Era tan difícil encontrar un amor verdadero?

Desde muy niña le habían dicho que era muy "mona" y atractiva, sin que esos comentarios se le hubieran subido a la cabeza y no pensara, ni por un momento, que su belleza fuera tan sugerente como para poder ser portada  de alguna revista de Moda. Antes de los quince años, los chavales volvían su rostro para piropearla, y cuando comenzó sus estudios en la Facultad, hizo estragos con su presencia, atrayendo miradas y recibiendo invitaciones de los alumnos de cursos superiores. Así conoció a Joaquín, un muchacho pecoso y espigado de quinto de Carrera que la envolvía con su labia graciosa y zalamera. Aquello duró lo que tardó Joaquín en acabar el Curso y encontrar un empleo en la Bretaña francesa. Encajó la derrota como un animal herido y se refugió en los estudios como medio de olvidar la dura experiencia. El aislamiento le produjo un cambio en su carácter, ahora reservado y cauteloso. Por sus amigas, sabía que era considerada por sus múltiples admiradores como una belleza desperdiciada, incluso tildada de altiva y sumamente creída, con la quien resultaba costoso entablar conversación alguna.

Cuando opositó y obtuvo plaza en una ciudad del interior, apareció en su vida un elegante y educado representante de joyería. Con Jorge, nunca le faltaba el detallito de la pulsera ni el frasco de esencia de colonia, quizás, para que no desentonara con el atrayente y varonil aroma en el que él parecía sumergirse cada mañana. Era cierto, que por motivos laborales, no podían verse con frecuencia, pero ¡eran tan gratificantes sus encuentros! "Estaba desando regresar—decía" "He pensado en ti noche y día" "Tenemos que buscar algún pisito para vivir juntos", solían ser las frases con las que Jorge adulaba a su amada, mientras sus manos recorrían raudas la anatomía de nuestra protagonista.

Después... la llamada inoportuna... el wasap comprometedor y la confesión de un acorralado Jorge, que acabaría por admitir frecuentar amores con otras mujeres, destruyeron aquella relación que parecía asentada en la felicidad completa.

Instalada en la ciudad norteña, Fiona, desde su apartamento divisaba el mar Cantábrico  mañana y tarde. Su placidez o  bravura le producían sensaciones de paz interior y sosiego. Soñaba con sumergirse en las aguas transparentes de la bahía, abrazar las olas y fundir sus deseos amorosos  en la inmensidad azul que tanto la atraía.

Un viernes dorado y otoñal, su mirada se cruzó con la de un compañero que la observaba en silencio. El destino hizo que tuvieran que entablar una pequeña conversación de trabajo y que de ahí surgiera la proposición de pasear aquella tarde. Fue en los jardines de Piquio, cuando el mar calmado arrojaba una suave brisa sobre las espaldas de Fiona y de Martín. Él, caballeroso, colocó su brazo para protegerla del relente.

"¿Por qué me abrazas?"—pregunto, Fiona. "Intento protegerte"—respondió Martín, y añadió: Desde que te conozco te he estado observando y deseaba que llegara este momento para decirte que me siento subyugado por tu mirada. Tus ojos tienen la claridad del mar".

Fiona, no respondió, pero notó una dulce y extraña vibración interior hasta entonces desconocida. "Es tan hermoso lo que me ha dicho"—pensó para sí y continuó en animada charla hasta alcanzar Puerto Chico en donde ambos tuvieron la sensación de balancearse como los veleros allí atracados. Atardecía cuando alcanzaron los jardines de Pereda. Martín tomó su mano y ella no la retiró. Por un momento pensó que el verdadero amor había llamado a su puerta, teniendo de fondo la Catedral como ensoñado presagio y el acompasado canto del mar como música celestial, mientras el sol se ocultaba en la bahía.

Fotografía del autor.





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