jueves, 24 de octubre de 2019



PASAJES DE"LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (62)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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O el canto no era pequeño o la zapatilla había perdido el refuerzo de la puntera, porque, agarrándose con ambas manos su pie derecho, exclamó:
―¡La madre que la parió! ¡Qué golpe me he dado por culpa de esa zorra! ¡Lo que me faltaba: encima de despreciado, cojo! ¡Ay, ay! ¡Las mujeres sólo me traen desgracias! ¡Ayyy!
La distancia hasta llegar a su casa la hicimos sin cruzar palabra; él cojeando, acordándose de la madre de Rosita, de la propia Rosita y de todas las mujeres, convertidas por mor de sus bajas aspiraciones, en viles raposas, y yo, abrumado por la cantidad de palabrotas oídas, que me obligaban a partir de ahora a tener cuidado con lo que decía, no fuera a repetirlas inconscientemente ante mis padres y tuviera que visitar al dentista antes de tiempo.
No obstante, pese a todos los insultos lanzados contra la muchacha, cuando el dolor disminuyó de intensidad, sentándose en el suelo, se descalzó y comenzó a masajear los lastimados dedos, mientras me decía:
―Esta batalla no la doy por perdida. A veces las chicas nos rechazan para hacerse las interesantes, pero tengo para mí que Rosita acabará siendo mía. Todo es cuestión de tiempo.
Luego, calzándose la zapatilla, concluyó:
―Sé que con Rosita seré feliz y la requebraré, hasta que caiga rendida en mis brazos.
Y se quedó tan pancho. 
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