PASAJES DE "CÉCILE. AMORIOS Y
MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" ( 63)
CAPÍTULO X
La Ambición
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―¡Cómo siento lo de Margarita! ¡Parecía tan enamorada! ¿Quién iba a
pensar que Nacho la tuviera engañada? ―Después, un tanto cabizbaja, trasladó su
preocupación a nuestra situación―: A nosotros no nos pasará lo mismo, ¿verdad?
―¡Imposible! ―afirmé rotundo―. Sin tu amor, no podría vivir. Además, en
lo nuestro no existe la palabra “FIN”. Un achuchón correspondido ratificó que
Cécile compartía mi pensamiento.
El frío de la noche se metía en nuestros cuerpos, aunque nuestras almas
habían reavivado el fuego de la pasión con la charla que mantuvimos. El reloj
de la Catedral daba las nueve, hora límite para el retorno, cuando la despedí
en el portal con un tierno beso. Después de lo vivido aquella tarde, me pareció
demasiado premio para mis merecimientos.
El día que Daniel me presentó a don Julián Clavijo, tuve la intuición de
que su carácter templado y su sonrisa franca avalaban que me iba a sentir a
gusto en su compañía, y el tiempo me dio la razón. Cuando llamé a su puerta
para recibir la primera clase, oí antes del consabido “Ya va”, el deslizar de
sus zapatillas por el pasillo. Al franquearme la entrada, una sonrisa bonachona
acompañó su saludo de bienvenida, mientras nubes de humo azulado, desprendidas
del puro que sostenían su labios, se mezclaban con el impoluto aire del
descansillo.
―Cada vez me cuesta más trabajo andar; voy a dejar una llave del piso
debajo del felpudo ―me anunció, con familiaridad―, así podrás entrar sin tener
que llamar: eres un joven poeta y la poesía siempre ha tenido el paso expedito
en mi casa.
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Fotografía de Santos Pintor Galán.
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