PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS
DE UN JOVEN POETA" (68)
CAPÍTULO X
La Ambición
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―En la actualidad les llamamos Cuco y Nino. Cuando les bautizamos, yo me
empeñé en que llevaran el nombre de los abuelos, pero, aunque mi mujer, en un
primer momento, consintió, al mudar de fortuna le parecieron poco finos y me
obligó a nombrarles como le he dicho. Por cierto, que ella, de pila Tomasa, con
la bonanza también dice a sus parientes y amistades que la llamen “Tasina”.
Mi padre se quedó un poco sorprendido por los nombres nada comunes de la
familia de don Augusto, aunque en su interior alabó el cambio que habían
sufrido en aras de parecer distinguidos y más propios de gente acomodada. Pero
éstas eran cuestiones menores; lo que verdaderamente le importaba era
establecer lazos más consistentes con los Ripollezo, teniendo en cuenta que,
sobre la base de su fortaleza económica, alguno de sus hijos podía mitigar el
dolor de Margarita, disgustada por la ruptura con Nacho, de la que se sentía de
alguna manera culpable. Y comenzó su plan, comentando un día, durante la
comida, que el destino le había proporcionado la ocasión de conocer a un
poderoso industrial que, habiéndose instalado en Valladolid, carecía de
amistades.
―Yo, naturalmente, me he ofrecido para introducirle en el grupo de
nuestras selectas amistades, porque lo considero la más elemental de las obras
de caridad, ¿no te parece, Consuelo? De manera que he quedado citado con don
Augusto y su mujer, para esta misma tarde ―dijo, sin haber consultado sobre la
conveniencia de esta cita nada más que con el cuello de su camisa.
Mi madre quedó un poco extrañada de que su marido, tan escrupuloso en
hacer nuevas amistades sin conocer previamente su currículo, sugiriera tan
repentinamente incluir en el grupo de sus amigos a uno que había conocido como
cliente y que, aparte de estar al tanto de su fortuna, no poseía más datos.
Pero creyendo que el corazón de su marido se movía por una buena causa, asintió
y consintió en acudir aquella misma tarde al Círculo de Recreo, donde conocería
al nuevo matrimonio, dispuesta a ganarse el Cielo con tal de no disgustarle.
En su primera toma de contacto, mis padres pudieron constatar el enorme
abismo cultural que les separaba y que se manifestaba en el desconocimiento de
cualquier tema cultural que se planteara. Sin embargo, mi padre reía las
ocurrencias de don Augusto y de doña Tasina cuando relataban lo mucho que
disfrutaban durante las fiestas en honor de la Virgen de los Milagros, y de los
bailes que se echaban en septiembre ―“hasta el amanecer”, afirmaba doña
Tasina―, por las fiestas de San Miguel Arcángel.
Al llegar a casa, mi madre comentó que una cosa era la caridad y otra el
sonrojo que pasaría cuando tuviera que presentar a esta pareja de advenedizos a
sus distinguidas amistades.
―¿Y tú presumes de cristiana? ―recriminó mi padre―. Con paciencia y con
mucho tacto, conseguiremos que, poco a poco, este matrimonio vaya puliendo sus
modales hasta que parezcan pertenecer a la mismísima nobleza. Ya verás cuando
nuestros amigos conozcan el potencial económico de los Repollezo, cómo les
aceptan inmediatamente.
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