domingo, 24 de mayo de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (VII)



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Cuando a los pocos días recibí el giro materno, me quedé gratamente impresionado por su cuantía que superaba con creces mis mejores expectativas . Las penurias que me agobiaban desaparecieron por arte de magia y una vez liquidada mi deuda pendiente con Justina, observé que, a partir de ese instante, la hosca patrona se dirigía a mí con semblante risueño y un cortés: "señorito Álvaro".  Siglos antes, el inigualable Quevedo ya se había percatado del influjo que proporcionaba tener las finanzas saneadas. Poderoso caballero es Don dinero, había dicho, y tenía mucha razón. Con este alivio monetario, cambió de raíz mi pensamiento en cuanto a la indumentaria que portaba hasta entonces. En un principio estaba convencido de que el aspecto descuidado y hippie era una buena carta de presentación para un poeta en ciernes, pero si lo que pretendía era  codearme con gente de cierto nivel intelectual y sobre todo, si tenía en mente darme a conocer en alguna tertulia literaria, era evidente que la vestimenta no me acompañaba en absoluto, de modo que en una boutique de la calle de Serrano hice acopio de atuendos de marca. Entré como un vagabundo y salí convertido en un gentleman, deshaciéndome  de mi deslucida ropa en la misma tienda y caminé hasta la Plaza de la Independencia  elegantemente vestido, acomodando el andar con zapatos de tafilete adquiridos a pocos metros  de donde realizara la primera compra. Con aires de suficiencia, sujetando una bolsa con otras prendas juveniles de variado colorido, sentí que la fama vestiría mis sueños como mi cuerpo y podría ser conocido en los madriles, como un poeta de porte distinguido y refinado, poseedor del verso innovador y profundo que removería los cimientos de la poesía conocida hasta ese momento. 

Había oído hablar de las tertulias literarias de otros tiempos como las que presidiera Ramón Gómez de la Serna en el café Pombo o como las que tuvieron lugar en sitios tan emblemáticos  como los cafés Universal o Parnasillo, por las que desfilaron escritores de la talla de Benito Pérez Galdós o Valle-Inclán. Desaparecidos aquellos Centros de entretenimiento y Cultura, otros lugares y actores habían ocupado su puesto como sucesores de la actividad literaria de la Villa. Estaba claro que en algunos de ellos, tendría vetado el acceso, pongo por ejemplo el Círculo de Bellas Artes, sin embargo, todavía era posible encontrar multitud de Salas de reunión literaria de entrada libre que, cobijadas en Cafés cercanos a la Cibeles, servían de punto de encuentro a colaboradores de periódicos, ensayistas y arribistas de toda índole y condición.

En un principio, acudí al café Lión de la calle de Alcalá en el que supe que se reunían personajes tan importantes como Rafael Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa, pero mi decepción fue mayúscula al comprobar que su tertulia tenía lugar en un extremo del local y solo podían entrar en ella amigos, conocidos y personas asimiladas a tal condición, y ese no era mi caso ni tenía la osadía de presentarme por mi cuenta. Días más tarde, acudí al café Gijón, intentando que tuviera la fortuna de escuchar algunos comentarios de José García Nieto, Francisco Umbral o del famosísimo César González Ruano, pero me ocurrió exactamente lo mismo que en mi experiencia anterior. Sin embargo, en esta ocasión opté por poner en juego astucia y constancia y así, tarde tras tarde me dirigía hasta el Paseo de Recoletos y buscaba asiento en alguna mesa disponible del Café Gijón que no estuviera muy distante del grupito de intelectuales. Con aire circunspecto pedía un café y, como si fuera una costumbre inveterada, agregaba al pedirlo:"Con unas gotitas de orujo, por favor", pensando que eso me añadiría un toque de distinción cuando lo que originaba la mayor parte de las veces era un fuerte dolor de cabeza que me acompañaba el resto de la tarde. Desde la mesa de mármol, convertida en atalaya de observación, contemplaba el trasiego, el ir y venir de los componentes de la tertulia y, pocas veces, algunas palabras sueltas cuando la conversación subía de tono.
                                     

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