domingo, 10 de mayo de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (V)
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Hay tardes en las que el cielo acompaña al íntimo sentimiento decorando su cúpula con tonos adecuados. Un cielo plomizo amenazando lluvia me acompañó por la Gran Vía y en la Plaza de España. Allí desató su furia en unas gotas gruesas y vendaval tan violento que, en unos segundos, una gran polvareda ocultó el monumento a don Quijote y Sancho. Volaban hojas y papeles en el inicio de una tormenta que apenas duró unos minutos. Tuve que resguardarme bajo una marquesina para no empaparme y en ese rincón, con la música de fondo de truenos dispersos, recapacité sobre los últimos momentos vividos. Me apenaban las lágrimas vertidas por Josefina en una despedida que habría de ocurrir más pronto que tarde. Puede que pecara de egoísta cuando me serví de ella para evitar la soledad en los primeros días de mi estancia en Madrid, pero he de decir a mi favor, que jamás pensé que la muchacha llegara a sentir algo por mí, teniendo en cuenta el aspecto descuidado del que hacía gala, mis escasos recursos económicos y, sobre todo, el poco interés que yo mostraba por ella. Ahora, con la firme intención de no volverla a ver, me sentía, en cierta manera, conforme conmigo mismo. Desde la adolescencia, jamás intenté continuar una relación con quien no me atrajera para un buen fin. Sabía que algunos de mis conocidos se aprovechaban de la confianza de sus parejas para obtener favores carnales sin importarles que la ilusión amorosa de aquellas se incrementara con el paso del tiempo hasta que, en un momento determinado, buscaban el más nimio pretexto para dejar plantadas a las que durante algún tiempo les habían proporcionado diversión. Yo no era uno de esos. Tal vez la formación jesuítica recibida de chaval y de la que renegaba en multitud de ocasiones, estuviera latiendo como un sello indeleble en lo más íntimo de mi ser. Puede que fuera eso o también puede que tener una preciosa hermana me ayudara a pensar, que tal cosa jamás quisiera que le sucediera a ella.

Con la temperatura más suave, el aire más nítido y una atmósfera ambientada con un intenso petricor, tomé nuevos bríos y alcancé la pensión como un hombre renovado. Pero lo mejor de la tarde estaba por llegar. Sobre la mesilla de noche Justina, la patrona, había depositado una carta que antes de ver el remitente sabía que era de mi madre por la perfecta y singular caligrafía, que hacía que cada uno de sus envíos fuera algo muy parecido a una postal.

"Hijo querido—comenzaba diciendo—. Apenas hace un mes que partiste para Madrid persiguiendo tu sueño y ya quisiera que estuvieras de regreso. Cada día me pregunto cómo te irán las cosas y no hay noche en que no te encomiende a Nuestra Señora la Virgen de las Angustias. Tu padre, aunque no lo dice explícitamente, te añora y al acostarnos no puede reprimir un ¡Qué será de este chico! lo que me ha impulsado a escribirte antes de cuando pensaba hacerlo. Por aquí, la vida familiar sigue su curso con tu hermana Margarita haciendo planes de boda, siendo raro el día en que no salimos a ojear o a comprar algún detalle. Con los señores de Gándara, nuestros futuros consuegros, estamos en permanente comunicación y su hijo Luis visita ilusionadísimo cada fin de semana a Margarita. Tu hermano Tino, después de concluir Derecho y de disfrutar de unos días de vacaciones, ya está preparando las oposiciones a Notaría, la ilusión de tu padre.

He estado pensando que quizás con el poco dinero que llevaste de casa no tengas para vivir con cierta holgura mucho tiempo y además la vida en las grandes ciudades siempre es más cara, por eso en los próximos días recibirás un giro postal. Si necesitaras más me lo dices. No quiero que un hijo mío pase por dificultades.

Cuídate mucho, no tomes las bebidas muy frías y escríbeme unas letras en cuanto puedas.

Recibe el cariño de todos nosotros y un beso especial de tu madre".

Pocas líneas más abajo, un "Consuelo" de trazo firme y expandido demostraba a las claras que mi madre rebosaba felicidad y supuse que el matrimonio de Margarita tenía mucho que ver en su estado de ánimo.
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2 comentarios:

  1. El preticor renueva siempre, como las nubes el cielo cuando el viento es juguetón y cómplice. Hermoso texto.

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    1. Amo el aroma del petricor y al viento que se hizo brisa para mostrármelo.

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