.
CAPÍTULO V
El tío Caparras
―Usted sigue tan ocurrente como
siempre, don Constantino. Aunque nos cueste trabajo entenderlo, las
enfermedades y penalidades de este mundo forman parte de
―Mire, don Matías ―se sinceró
el abuelo―, hay un dicho de Topas que reza así: «Si un cura pregunta por ti, o
quiere limosna o te vas a morir». Como de lo primero ya me encargo de que Petra
rellene el cepillo, no me cabe duda de que estoy asistiendo a la última
representación del verano en este pueblo. Desde que murió
―Pero, ¿quién está pensando en
morirse? Por favor, don Constantino, no sea tan agorero. Todavía tiene usted
mucha salud y mucho que decir.
―Gracias por los ánimos
―respondió el abuelo―. Usted como cura no tiene precio, pero como médico tiene
mal ojo. Cada uno se puede creer lo que quiera, pero yo cada día noto que tardo
menos tiempo en orinar y más tiempo en comer; prueba de ello es que va por el
tercer agujero que me han tenido que hacer en el cinto, para no ir perdiendo
los pantalones por el camino.
―A veces se pasan malas rachas.
Yo mismo ―dijo don Matías en tono comprensivo― tengo durante días un ardor de
estómago que me impide comer, y por si fuera poco, he de consumir el vino
consagrado, con lo que me retuerzo de dolor y se me pone un humor de perros;
pero luego, gracias a Dios, tomo un poco de bicarbonato y todo vuelve a la
normalidad.
―No compare su edad con
El recuerdo del tiempo
irremediablemente pasado, puso una nota de tristeza en el semblante de mi
abuelo e inmediatamente, llevándose la mano a la cintura, hizo ademán de
levantarse y dijo a su interlocutor―: Excúseme don Matías, pero tengo necesidad
de orinar.
―Vaya con toda libertad. Ya
vendré a visitarle sin prisa en otra ocasión y me cuenta lo que hizo a los
cuarenta, a los cincuenta o lo que desee, y pasamos un buen rato charlando de
lo divino y de lo humano.
...............................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario