PARIS. OH, LÀ LÀ (15)
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Las satisfacciones personales no acabaron ahí. Sabiendo que mi inventado
cursillo había concluido, Giselle me propuso irme a vivir con ella.
—Sería la mejor manera de aprovechar el escaso tiempo que nos queda de
estar juntos—me razonó.
—No es mala idea, pero me comprometí con madame Claudine hasta final de
mayo. Pienso que mi aportación económica le es muy necesaria.
—No problema, “Álvago”. Cumple con tu palabra pero dile que te han invitado
unos amigos a pasar unos días fuera de París.
—De acuerdo, Giselle. Prepararé la mudanza. Ya ves que no te quito un
capricho.
—Cierto, mon amour. Aún te voy a
pedir otro, si es que te gusta la Ópera.
—¡Oh, sí! La Ópera me encanta—.Contesté para que, en este apartado
artístico en que era lego total, no se sintiera defraudada.
—Pues entonces te invito a ver una representación de “La Bohème” de Puccini que actualmente está en cartel en el Palacio
Garnier, un edificio que te asombrará por su grandiosidad. En cuanto a la obra,
me parece por su tema muy apropiada para nosotros.
—Te lo agradezco muchísimo. Hoy, sin duda, es el día en que tienen lugar
grandes acontecimientos.
—Y los que están por venir. Quiero que los momentos que nos restan por
disfrutar juntos, sean inolvidables para ambos—. Me dijo, tomando mi mano
suavemente.
Agarrados por la cintura paseamos hasta mi pensión. Ella se quedó en las
proximidades del portal y yo comuniqué a madame Claudine mi intención de pasar
unos días fuera de París, adelantándole el dinero de mi estancia hasta finales
de mes en que vendría a recoger el resto de mis pertenencias. En la maleta
introduje libros, mis escritos y la mayor parte de la ropa de la que disponía.
En un taxi, Giselle y yo, pletóricos de pasión, nos dispusimos a pasar una
pequeña Luna de Miel en el apartamento de la Avenida Foch.
Antes de acostarnos y, como había prometido, Giselle quiso que aquel día
fuera inolvidable y a fe que lo consiguió. Antes de que el sueño hiciera acto
de presencia, Giselle se calzó las mallas y con un ajustado corpiño que se
remataba con un ligero tutú, bailó para mí una selección de melodías de “El
Lago de los Cisnes” siguiendo la música de un vinilo que ella misma se
encargaba de manejar. Jamás había visto tan de cerca una sílfide que evolucionara
de manera tan delicada su escultural figura. Al doblar su cuerpo hasta la
cintura, entendí que la representación de Giselle, en su papel de Odette, había
concluido y me lancé a abrazarla, pero ella, sonriendo, me detuvo.
—No, ahora no. El vestido podría arrugarse.
Y me pidió colaboración para desvestirse.
—Jamás pensé que fuera una tarea tan gratificante desplumar a un
cisne—pronuncié entre risas.
Ella se rió también de mi ocurrencia y apagó la luz antes de que iniciáramos otro
tipo de danza.
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