domingo, 4 de octubre de 2020

                                              PARIS. OH, LÀ LÀ (15)


 

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Las satisfacciones personales no acabaron ahí. Sabiendo que mi inventado cursillo había concluido, Giselle me propuso irme a vivir con ella.

—Sería la mejor manera de aprovechar el escaso tiempo que nos queda de estar juntos—me razonó.

—No es mala idea, pero me comprometí con madame Claudine hasta final de mayo. Pienso que mi aportación económica le es muy necesaria.

—No problema, “Álvago”. Cumple con tu palabra pero dile que te han invitado unos amigos a pasar unos días fuera de París.

—De acuerdo, Giselle. Prepararé la mudanza. Ya ves que no te quito un capricho.

—Cierto, mon amour. Aún te voy a pedir otro, si es que te gusta la Ópera.

—¡Oh, sí! La Ópera me encanta—.Contesté para que, en este apartado artístico en que era lego total, no se sintiera defraudada.

—Pues entonces te invito a ver una representación de “La Bohème” de Puccini que actualmente está en cartel en el Palacio Garnier, un edificio que te asombrará por su grandiosidad. En cuanto a la obra, me parece por su tema muy apropiada para nosotros.

—Te lo agradezco muchísimo. Hoy, sin duda, es el día en que tienen lugar grandes acontecimientos.

—Y los que están por venir. Quiero que los momentos que nos restan por disfrutar juntos, sean inolvidables para ambos—. Me dijo, tomando mi mano suavemente.

Agarrados por la cintura paseamos hasta mi pensión. Ella se quedó en las proximidades del portal y yo comuniqué a madame Claudine mi intención de pasar unos días fuera de París, adelantándole el dinero de mi estancia hasta finales de mes en que vendría a recoger el resto de mis pertenencias. En la maleta introduje libros, mis escritos y la mayor parte de la ropa de la que disponía. En un taxi, Giselle y yo, pletóricos de pasión, nos dispusimos a pasar una pequeña Luna de Miel en el apartamento de la Avenida Foch.

Antes de acostarnos y, como había prometido, Giselle quiso que aquel día fuera inolvidable y a fe que lo consiguió. Antes de que el sueño hiciera acto de presencia, Giselle se calzó las mallas y con un ajustado corpiño que se remataba con un ligero tutú, bailó para mí una selección de melodías de “El Lago de los Cisnes” siguiendo la música de un vinilo que ella misma se encargaba de manejar. Jamás había visto tan de cerca una sílfide que evolucionara de manera tan delicada su escultural figura. Al doblar su cuerpo hasta la cintura, entendí que la representación de Giselle, en su papel de Odette, había concluido y me lancé a abrazarla, pero ella, sonriendo, me detuvo.

—No, ahora no. El vestido podría arrugarse.

Y me pidió colaboración para desvestirse.

—Jamás pensé que fuera una tarea tan gratificante desplumar a un cisne—pronuncié entre risas.

Ella se rió también de mi ocurrencia y apagó la luz antes de que iniciáramos otro tipo de danza.

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