EL ÚLTIMO VUELO
Observó las nubes pasando raudas por un cielo
indeciso entre la claridad y la negrura de los nubarrones y fue inevitable no
establecer una comparación con su agitada vida de inquieto trashumante, desplazándose
siempre de un lugar a otro, a la búsqueda incesante de nuevas experiencias.
De joven le parecía que era lo lógico a su edad.
Cambiaba de trabajo con tanta frecuencia como le permitían las nuevas ofertas
que recibía y procuraba empezar una nueva etapa vital en una ciudad lo más alejada
posible de su anterior residencia. Algo le decía en su interior que debía
conocer mundo, nuevas amistades, nuevas costumbres, sin ligadura alguna que le
mantuviera en un lugar concreto y no dejar de conocer, toda la riqueza cultural
y humana que ofrecían otros parajes, para atesorarla como el bien más preciado
que un hombre puede llegar a poseer en
el corto espacio de tiempo que da de sí toda una vida.
Como consecuencia de su particular forma de vivir,
fueron muchas las mujeres a las que conoció y algunas a las que amó. Bien es
cierto que a ninguna de ellas trató de engañar. Iba siempre con la verdad por
delante; solo prometía amistad y vivir la ilusión del momento en unos noviazgos
que resultaban tan intensos como efímeros. Cuando percibía que un sentimiento
más profundo pudiera hacerle no ser fiel a sus principios, iniciaba la huida
bajo cualquier pretexto, recobrando la ansiada libertad, pero acumulando
heridas, algunas de las cuales, tardaban tiempo en cicatrizar.
Como Ave Fénix, resurgía de sus propias cenizas cada
vez que la nostalgia le invadía y continuaba con su trayectoria de picaflor, si
bien cada vez, eran más cortos sus vuelos y más prolongadas sus soledades, sin
que ello le impidiera seguir conociendo nuevas personas y paisajes.
El paso de los años fue acortando sus sueños de
ilimitada libertad, hasta que un buen día, ya jubilado, reconoció que no era
capaz de valerse por sí mismo y muy a su pesar, tuvo la necesidad de anclar el
resto de sus días en una Residencia para Mayores. Fue entonces cuando supo lo
que era la falta del cariño familiar, aquel que proporciona una mujer o unos
hijos y observaba con cierta envidia, cómo sus compañeros de internado disfrutaban
con la visita de sus allegados.
Aquella tarde, desde la ventana de su habitación, no
hizo falta que comenzara a llover para sentir sus ojos acuosos y la visión
borrosa.
—¿Se encuentra bien?—advirtió la cuidadora—, ¿desea
que le lleve a la sala de recreación?
—No, gracias—respondió nuestro protagonista—. Este
tiempo lo dedicaré a viajar hacia mi mundo interior, el otro ya lo conozco.
Qué triste!!
ResponderEliminarPuede resultar triste el final. Quizás él se queda reflexionando sobre los momentos pasados... Gracias por comentar.
EliminarWooooooo!
ResponderEliminarToda una vida de felicidad efímera y ahoy, solo y triste...
Para algunas personas, desgraciadamente, su vida transcurre así.Reflexionemos sobre cómo dar un enfoque diferente a la nuestra, si es que nos es una vida entregada al servicio de los demás. Gracias por comentar.
EliminarQ.Carlos. reflexiones de una 💛 tal cual
ResponderEliminarSomos cálidos y nos vamos reservando.
...entristecido !la libertad tiene un precio ! Eso dicen y no lo creemos... aún así yo abogó por la libertad con humanidad ( la cuota" que pagamos
... es para mi la verdadera Reflexión) es muy profunda tu versión solo la madurez capta tu mensaje.gracias. Has generado gran debate. Descansa bonito para aportarnos más 💝
Efectivamente, la libertad tiene un precio y el cariño y el sacrificio que sembramos a lo largo de la vida, puede tener su recompensa. Reflexionemos...Gracias por tu aportación.
ResponderEliminarMe encanta!!!!
ResponderEliminarA mí también me ha gustado, querida Ana, que el microrrelato te haya agradado. No existe mayor satisfacción para un escritor, que sus publicaciones gusten.Gracias y abrazos.
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