domingo, 23 de mayo de 2021

 

FÁBULA DE EL RELOJERO INTRANSIGENTE

 

 

Algo o mucho debía tener que ver su profesión de relojero con la forma en la que Néstor llevaba su vida. Pendiente de lo que dictaban las inexorables manecillas del reloj, estaba siempre atento a que la exactitud rigiera su andadura. Néstor había distribuido el organigrama de su quehacer diario de forma que todo tuviera que suceder en la hora y el minuto prefijado. Ya fuera invierno o verano, se levantaba a la misma hora, siempre comía al mediodía, en la siesta invertía quince minutos, treinta a la lectura, una hora exacta a pasear y cuarenta minutos a comprobar el funcionamiento de los relojes que reparaba y, por supuesto, la cena tenía que estar a las nueve para poder acostarse a las diez en punto. Todo, absolutamente todo lo demás ―aseo, relaciones personales, etc., etc.― tenía que ocurrir siempre en su momento y a tiempo tasado.

De haber estado soltero, la cuadriculada forma de vivir su existencia no hubiera pasado de una excentricidad personal, que reafirmaría el conocido dicho: "Hago de mi capa un sayo"; lo malo es que Néstor tenía familia, a la que exigía el mismo horario, controlando cronómetro en mano las entradas y salidas de mujer e hijos. Si alguna vez la comida no estaba lista a la hora preestablecida o algún hijo llegaba tarde a casa, la intransigencia de su carácter descargaba sobre el transgresor una bronca de efectos contundentes. Eso sí, la reprimenda duraba exactamente diez minutos.

Un día recibió del Sr. Obispo un encargo importante: con motivo de la limpieza llevada a cabo en la torre de la Catedral, se quiso reparar el reloj, que llevaba varios años parado, y el prelado pensó en Néstor para llevar a buen fin esta tarea. A ella nuestro relojero dedicó dos horas justas durante tres semanas, tiempo que le pareció suficiente. Pero, ya fuera por la complejidad de la maquinaría o porque ésta estuviera muy desgastada, el día de la inauguración, ante autoridades y público, convocados para escuchar los toques de las doce de la mañana, el reloj no sonó más que once veces. Néstor quedó corrido, lamentando no haber dedicado más tiempo a la reparación. Rojo de vergüenza fue el hazmerreír de sus conciudadanos y destinatario del comentario jocoso del Obispo: "No se preocupe, señor relojero, este reloj vale perfectamente para dar las horas en Canarias".

MORALEJA: No seas intransigente con los demás. Tú también cometes errores.

Ilustraciones de Manuel Malillos Rodríguez.

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Fuencisla. La enseñanza parece clara: no podemas ser tan estrictos con los demás, no sea que un día...Te deseo un feliz domingo. Abrazos.

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