FÁBULA DE EL RELOJERO INTRANSIGENTE
Algo o mucho debía tener que ver su profesión de
relojero con la forma en la que Néstor llevaba su vida. Pendiente de lo que
dictaban las inexorables manecillas del reloj, estaba siempre atento a que la
exactitud rigiera su andadura. Néstor había distribuido el organigrama de su
quehacer diario de forma que todo tuviera que suceder en la hora y el minuto
prefijado. Ya fuera invierno o verano, se levantaba a la misma hora, siempre
comía al mediodía, en la siesta invertía quince minutos, treinta a la lectura,
una hora exacta a pasear y cuarenta minutos a comprobar el funcionamiento de
los relojes que reparaba y, por supuesto, la cena tenía que estar a las nueve
para poder acostarse a las diez en punto. Todo, absolutamente todo lo demás ―aseo,
relaciones personales, etc., etc.― tenía que ocurrir siempre en su momento y a
tiempo tasado.
De haber estado soltero, la cuadriculada forma de
vivir su existencia no hubiera pasado de una excentricidad personal, que
reafirmaría el conocido dicho: "Hago de mi capa un sayo"; lo malo es
que Néstor tenía familia, a la que exigía el mismo horario, controlando
cronómetro en mano las entradas y salidas de mujer e hijos. Si alguna vez la
comida no estaba lista a la hora preestablecida o algún hijo llegaba tarde a
casa, la intransigencia de su carácter descargaba sobre el transgresor una
bronca de efectos contundentes. Eso sí, la reprimenda duraba exactamente diez
minutos.
Un día recibió del Sr. Obispo un encargo importante:
con motivo de la limpieza llevada a cabo en la torre de la Catedral, se quiso
reparar el reloj, que llevaba varios años parado, y el prelado pensó en Néstor
para llevar a buen fin esta tarea. A ella nuestro relojero dedicó dos horas
justas durante tres semanas, tiempo que le pareció suficiente. Pero, ya fuera
por la complejidad de la maquinaría o porque ésta estuviera muy desgastada, el
día de la inauguración, ante autoridades y público, convocados para escuchar
los toques de las doce de la mañana, el reloj no sonó más que once veces. Néstor
quedó corrido, lamentando no haber dedicado más tiempo a la reparación. Rojo de
vergüenza fue el hazmerreír de sus conciudadanos y destinatario del comentario
jocoso del Obispo: "No se preocupe, señor relojero, este reloj vale
perfectamente para dar las horas en Canarias".
MORALEJA: No seas intransigente con los demás. Tú
también cometes errores.
Ilustraciones de Manuel Malillos Rodríguez.
Preciosa enseñanza
ResponderEliminarMuchas gracias, Fuencisla. La enseñanza parece clara: no podemas ser tan estrictos con los demás, no sea que un día...Te deseo un feliz domingo. Abrazos.
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