PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (78)

CAPÍTULO V

El tío Caparras

 

 

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Cuando perdió de vista al pajarito, se acercó donde me encontraba y, solemnemente, me habló en tono filosófico:

―Este gesto que he hecho con el pardal me asemeja a Dios. Podía haberle matado, pero he decidido que goce de la vida. Así hace Dios con nosotros. ―Elevando la vista hacia el infinito, continuó―: Cuando de mayor alcance prosperidad lejos de este pueblo, creo que apreciaré más el poder que el dinero. A veces sueño ser un gran empresario, con muchos empleados bajo mi mando, a los que situaré en el puesto que decida. Sumisos a mis órdenes, tendrán que acatar sin rechistar cualquier insinuación que les haga, de manera que, siendo árbitro de su suerte y dueño de su felicidad, seré de alguna manera el dios al que tendrán que recurrir si quieren solucionar sus problemas.

―Estás chaveta ―le dije―. Porque puedas matar a unas indefensas ranas y perdones la vida a un pájaro, te crees semejante a Dios. Ya te dije el otro día que de Dios no tienes ni idea. Me parece que has visto muchas películas de romanos y te ves con el pulgar hacia arriba y hacia abajo, como si fueras Jeremías Augustus. Si estudiaras en un colegio de jesuitas como el mío y te oyeran decir esas cosas, al día siguiente te mandaban a casita.

―Todavía eres muy niño para comprender qué significa el hambre, la obediencia y el poder. Menos mal que me tienes a mí para ponerte al corriente de lo que debe saber un hombre ―me dijo, dándome una cariñosa colleja―. Ahora vámonos ya, que a lo mejor los forasteros del callejón quieren hoy cenar ancas de rana.

Y lentamente, como si le costara abandonar su lugar preferido de descanso, Jeremías inició el camino de regreso al pueblo, con la caña en la mano y el costal al hombro, con la actitud altiva del guerrero que regresa victorioso de una gran batalla. Ni una sola vez volvió la vista atrás para ver si le seguía, tan seguro estaba de que a mí no me quedaba otra alternativa que seguir sus pasos.

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