domingo, 16 de octubre de 2022

 

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (90)

CAPÍTULO XII

La Tolerancia

 

 

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―¿Y tú qué opinas, Alfredo? ―preguntó madame Stéphanie.

Don Alfredo, repuesto de la sorpresa, afrontó la situación con la misma tranquilidad con la que seguramente se enfrentaba a las intervenciones quirúrgicas más delicadas, y razonó de esta manera:

―Desde siempre tengo asumido que los hijos no son propiedad de los padres. En esta casa hemos intentado educaros para que cada uno sea autónomo y se enfrente a la vida de la manera que estime conveniente. Mi deseo hubiera sido que Daniel siguiera mis pasos y fuera, con el tiempo, un médico afamado, pero respeto su decisión porque confío en él y sé que la habrá tomado después de madurarla convenientemente.

Puesto en pie, acudió hasta donde Daniel se encontraba y le abrazó. Al instante, las tres mujeres, sin poder evitar las lágrimas, corrieron hacia donde se desarrollaba la escena mejorada del hijo pródigo, para abrazar y besuquear a Daniel hasta la saciedad, y yo me quedé como observador privilegiado, contemplando la impresionante muestra de tolerancia de toda la familia, apiñada en torno a Daniel. En aquellos momentos me alegré infinito por el modo en el que mi amigo había superado el trance, pero sentí una cierta envidia, porque una situación similar la hubiera deseado para mí.

En nuestra salida vespertina, noté que Cécile no tenía muchas ganas de hablar y que su mano no se aferraba a la mía con la misma intensidad de otras veces.

―¿Qué es lo que te ocurre? ―pregunté, inquieto.

―Creí que entre nosotros no existían los secretos ―respondió―. Llevamos tiempo saliendo juntos y, al parecer, no has encontrado el momento oportuno para comunicarme algo tan importante como que mi hermano quería ser jesuita.

―Tú lo has dicho: “entre nosotros”, pero no entre Daniel y yo. Cuando un amigo me confía un secreto, no se lo revelo a nadie, de lo contrario no sería leal con él.

Cécile quedó pensativa y, sin responderme, continuó a mi lado en silencio. Para tratar de romper tan violenta situación, le propuse visitar a don Julián, para que revisara las primeras estrofas de mi loa a Valladolid, cosa innecesaria en esos momentos, pero que tal vez ayudaría a que pudiera sentir después la mano de Cécile apretando a la mía con más firmeza.

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