PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (90)
CAPÍTULO VI
El cursillo de verano
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Mientras tata Lola y Petra se
afanaban en dar los últimos toques a la cocción y colocaban la vajilla en la
mesa, mi madre se sentó junto al abuelo e intentó darle conversación y, en
cierta medida, calmar su sufrimiento, y comenzó a decirle:
―Algunas veces no es fácil
apartar las espinas de nuestra vida. Para unos, la enfermedad se aloja en su
carne como un aguijón insoportable; en el desierto de la miseria, los pobres
que intentan calmar la sed, se desangran ensartados en el cactus de la insolidaridad, y para casi todos, las espinas que horadan nuestro ser
hasta traspasar el corazón, son desprecios y vejaciones de los que amamos.
Hemos de intentar adormecer el dolor con resignación y comprensión, perdonando
si es menester a quien nos daña. El mismo Jesús, siendo inocente, fue coronado
de espinas y supo sublimar el dolor con un acto de generosidad sin límites.
El abuelo calló, cerrando los
ojos. Tal vez repasaba
―¡Qué cara más blanquita tiene
la pescadilla!
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