jueves, 13 de octubre de 2022


 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (90)

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

 

 

 

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Mientras tata Lola y Petra se afanaban en dar los últimos toques a la cocción y colocaban la vajilla en la mesa, mi madre se sentó junto al abuelo e intentó darle conversación y, en cierta medida, calmar su sufrimiento, y comenzó a decirle:

―Algunas veces no es fácil apartar las espinas de nuestra vida. Para unos, la enfermedad se aloja en su carne como un aguijón insoportable; en el desierto de la miseria, los pobres que intentan calmar la sed, se desangran ensartados en el cactus de la insolidaridad, y para casi todos, las espinas que horadan nuestro ser hasta traspasar el corazón, son desprecios y vejaciones de los que amamos. Hemos de intentar adormecer el dolor con resignación y comprensión, perdonando si es menester a quien nos daña. El mismo Jesús, siendo inocente, fue coronado de espinas y supo su­blimar el dolor con un acto de generosidad sin límites.

El abuelo calló, cerrando los ojos. Tal vez repasaba la Pasión de Cristo y sabía que a la coronación de espinas seguía la crucifixión y después la muerte; pero no queriendo entristecer a quien tanto le ayudaba, apartó de su mente los macabros pensamientos y se sonrió cuando Petra colocó ante él el humeante pescado, diciendo como si le apremiara un hambre voraz:

―¡Qué cara más blanquita tiene la pescadilla!

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