PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA” (106)
CAPÍTULO
X La Ambición
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Estas conversaciones con don Julián me hacían sentir
un personaje de mayor edad de la que me otorgaban en mi familia, y sobre todo
me evadían del ambiente enrarecido que se respiraba en casa como consecuencia
de los continuos lloros de mi hermana. Sin embargo, para bien de nuestra
familia, un hecho iba a ser providencial para que los dolos y lamentos fueran
desapareciendo.
Al despacho de mi padre, se presentó una buena
mañana don Augusto Ripollezo, industrial venido a más desde su humilde
ocupación juvenil de pintor de brocha gorda. Venía a escriturar una nave
industrial de más de mil metros cuadrados que se había hecho construir en las
afueras de la ciudad, no lejos del conocido barrio de la Victoria. Como mi
padre tenía por costumbre enterarse de vidas y haciendas ajenas, y más si tenía
oportunidad de hablar con gentes de menor cultura y rango social, no le fue
difícil sonsacar a don Augusto que la nave en cuestión era la tercera de su
propiedad, que venía a sumarse a la que poseía en Soria y a la primitiva de
Ágreda, de donde era natural y en donde había comenzado su andadura como
pintor, hasta llegar a tener, en la actualidad, más de treinta operarios a su
cargo.
―He querido
asentarme en Valladolid porque esta ciudad, por el número de habitantes, me
ofrece la posibilidad de ampliar mi negocio. Además, aquí tengo estudiando a
dos hijos en la Universidad, y tanto a su madre como a mí nos gustaría estar
con ellos el mayor tiempo posible. Sin embargo ―confesó don Augusto― de momento
nos cuesta trabajo adaptarnos a vivir en otro ambiente muy diferente al
nuestro, porque no conocemos a nadie y no tenemos con quién relacionarnos.
Mi padre, sabedor del capital que manejaba el
interlocutor y de su potencial hereditario masculino, no dudó en animarle con
grandes aspavientos:
―¡No se preocupe por nada, don Augusto! Mañana
mismo, si no tiene compromiso, nos acercamos al Círculo de Recreo y yo me
encargo de avalarle para que, tanto usted como su señora, pasen a ser miembros
de pleno derecho de la entidad. ¡No faltaría más!
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