FÁBULA DEL PIANISTA ENGAÑOSO
Desde una de las estancias del patio de luces de un edifico, se escapaban cada tarde acordes musicales procedentes de un piano. Eran suaves, interrumpidos y reiterados. Correspondían a partituras de autores bien conocidos, de dificultad no muy elevada, cuya finalidad era conseguir la destreza de estudiantes de piano. Uno de ellos era nuestro protagonista, que se esforzaba tarde tras tarde en intentar que su interpretación tuviera la cadencia y la sonoridad precisa en cada composición. Resultaba curioso comprobar cómo, a medida que transcurrían las tardes, apenas se patentizaban sus progresos, pero, de repente, un día, aproximadamente a las dos semanas de haber comenzado el ensayo, la partitura resultaba de una altura musical tan elevada que parecía ser interpretada por un consumado pianista.
Este hecho no pasó desapercibido para una joven inquilina del inmueble, que
permanecía atenta escuchando los ensayos, y quedaba embelesada con la
interpretación del día anterior al que se produjera el cambio de partitura,
seguramente, pensaba ella, al haber conseguido el pianista su
objetivo.
No pudiendo vencer la curiosidad de conocer al perseverante músico, una de
las veces, prendada con el dominio con que el pianista interpretara un
"Nocturno", exclamó con la ventana abierta: ¡Bravo! ¡Bravo! A los
pocos segundos pudo ver cómo un apuesto joven se asomaba dos pisos más abajo y
saludaba con la reverencia propia de un concertista. Aquello fue el principio
de una relación amistosa. La muchacha no sentía ningún rubor en comunicarle su
admiración por los rápidos progresos con los que conseguía dominar las
partituras. Él parecía no dar importancia a este hecho, y modestamente
comentaba: "El trabajo continuo y un poco de talento siempre dan los
frutos apetecidos. Con el tiempo llegaré a ser un buen solista".
Las charlas entre los jóvenes, de ventana a ventana en el patio interior, a
lo Romeo y Julieta, adquirieron cierta continuidad y, progresivamente, pasaron
de la admiración musical a la personal. "Me gustas ―decía ella―, pero ¿te
esforzarás de igual modo para conseguir mi amor?" "Tú, también me
gustas ―respondía él―. Poco a poco, con el mismo tesón e interés que pongo en
el piano, conseguiré ganar tu corazón; lo sabrás cuando interprete para ti, la
más difícil de las partituras".
Poco tiempo después, el muchacho le anunció: "He conseguido
interpretar sin fallos el Estudio "Revolucionario" de Chopin. Mañana
lo escucharás. Ésa será la prueba de mi amor".
Llegado el momento, la muchacha y parte del vecindario escucharon
entusiasmados los primeros y complicados compases del Estudio nº 12 de Chopin,
interpretados de forma magistral. Sin embargo, la casualidad quiso que un
vecino empujara sin querer un tiesto colocado en el alféizar de la ventana,
precipitándose en el vacío. Un ¡¡Ohhhhh!! se escapó de las gargantas de los
improvisados oyentes, que sacaron la cabeza por la ventana al escuchar el
estruendo, curiosos por comprobar los daños. Nuestro intérprete hizo lo mismo,
mientras la melodía, sorprendentemente, proseguía...
Al comprobar que los prodigiosos sones procedían de una grabación, nuestra
Julieta dio "calabazas" al apuesto Romeo.
MORALEJA: Nunca aparentes lo que no eres.
Dibujo de Manuel Malillos Rodríguez
Muy bonito y razonable
ResponderEliminarMe encanta tu comentario y te animo a que encuentres en el libro, más cosas "bonitas y razonables". Recibe un cordial saludo.
EliminarExcelente! Muy acertada moraleja. Felicitaciones!
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