domingo, 23 de febrero de 2020


EL CARNAVAL DE RAIMUNDO


Oculto tras la careta
te observo, Julieta mía,
es cierto que es una treta
en esta noche tan fría.

Me imagino que conoces
quién te fisga y quién te mira,
soy al que diste dos voces
por decirte que te admira.

Ya sé que no tengo dotes
de donjuán ni de hablador
pero a otros, siendo zotes,
les escuchas con ardor.

La cojera disimulo
y el oído no me rige
aunque al hablar no modulo,
todos dicen, se corrige.

Con mi disfraz de Almirante
seré pronto la atracción
de esta mujer tan distante
que no aprecia mi tirón.

Voy a decirle al momento
que soy yo, pues no me ha visto,
no quiero que lo que siento
me lo camufle el modisto.

—¡Julieta! soy yo, Raimundo,
que en noche de Carnaval
te vengo a ofrecer el mundo
porque no encuentro rival.

Raimundo no bebas tanto
ni me pidas relaciones
yo por ti no me decanto
marinero de salones.
Hoy solo quiero bailar
gozando los carnavales
y por la mañana hallar
hombres de amor eternales.

Como suele suceder
en materia de amoríos,
la presunción es creer
ser océanos y no ríos.

Y así termina la historia
de un amante obsesionado
con buscar amor y gloria
de Almirante disfrazado.

Fotograma de la película "La hija de Ryan"


jueves, 20 de febrero de 2020


DOÑA  MARCELA

Al acostarse, tenía por costumbre no cerrar por completo la persiana de su dormitorio. Así se dormía más tranquila, acompañada por la iluminación exterior que la hacía despertarse al alba, cuando las primeras luces de la mañana acariciaban su ventana. Sabía que disponía de al menos dos horas en invierno y más de cuatro en verano, para repasar sus recuerdos antes de que viniera Josefina, una cincuentona bonachona y sinsustancia, que le ayudaba en su aseo personal y en las tareas del hogar.
Este tiempo lo dedicaba a realizar sus primeras oraciones, a levantarse para aliviar la vejiga, acostándose de nuevo, convencida de haber obrado en recta conciencia, al conceder a Dios la primacía de sus actos matutinos antes de otorgar a su envejecido cuerpo la facultad de liberarse de una acuciante necesidad. Acurrucada en un extremo de la cama, con la vista inundada de luz y con el organismo en placidez extrema, rezaba por sus padres, por su hermana Jacinta fallecida en plena juventud y por toda una larga lista de parientes difuntos, necesitados, según su entender, de su intercesión para alcanzar la Gloria divina; Gloria de la que ya gozarían, con toda seguridad, sus progenitores y su propia hermana.
Pero para Simón, su marido, ni siquiera un Padrenuestro. Bastante hacía con depositar por los Santos sobre la marmórea lápida, un ramillete de flores que Josefina le ayudaba a afanar de otras tumbas de óbitos recientes y, eso, para que en el pueblo no dijeran que aún estaba resentida con el que fuera su suplicio durante veinticinco años menos tres meses. "¡Menos mal que no llegamos a celebrar las bodas de plata! ¡Hubiera sido un escarnio!—pensaba doña Marcela—. ¡Qué suerte tienen ahora las que se pueden divorciar! En aquellos tiempos te tenías que amolar con lo que te tocaba y a mi difunto le daba por tocar todo lo que llevara faldas con tal de que no fueran las mías—seguía repasando mentalmente la mujer—. Cuando le pillé en el pajar con la alguacila, le puse de patitas en la calle, pero a los dos días ya le tenía a la puerta de casa haciéndose el pobrecillo, pidiendo perdón y diciéndome zalamerías y como estaba enamorada, la tonta de mí le dejaba entrar y vuelta a empezar..."
Para cuando el reloj del ayuntamiento daba las nueve, cesaba en la revisión de todas las perrerías y desprecios que su marido le había infringido en vida y se situaba frente al mueble situado enfrente de la cama matrimonial. No importaba que el cuarto de baño dispusiera de agua corriente y ducha de plato; eso lo dejaba para más tarde, cuando Josefina le ayudara a enjabonar su espalda. Ella, siguiendo con una ancestral costumbre, vertía el agua fría de la jofaina en la pila del palanganero, para acto seguido lavarse primero la cara para conservarla tersa, y, a continuación la entrepierna, para que su frescura le recordara cuando, de joven, amortiguaba de esta manera la calentura de sus ocultas pasiones.
Después del aseo y del desayuno, se vestía con traje negro y velo de blonda y rezaba un par de rosarios haciendo tiempo para la Misa de doce, en donde, piadosamente, rogaba por todos los vivos y difuntos, exceptuando a Simón, su difunto marido. Si bien era cierto, que a raíz de la última confesión en la que don Víctor le recriminó su actitud inmisericorde, depositaba unas monedas en el cepillo de San Judas Tadeo, abogado de las causas perdidas, por si podía hacer algo por el alma del que la había estado engañando durante el matrimonio.
Tras la comida y la consabida cabezada, se sentaba cerca de la ventana y seguía dándole vueltas a cómo habiéndola requebrado el farmacéutico, fue a dar con Simón, el mozo más apuesto y sinvergüenza del pueblo y se decía: "Yo sí que no tengo perdón de Dios".
La noche la sorprendía meditando sobre el día en que le visitaría la muerte, acontecimiento que, a sus noventa años, sospechaba no tardaría en llegar  y sí Josefina invertiría su legado en la gran cantidad de Misas Gregorianas encargadas para el bien de su alma y sobre todo, si cumpliría su voluntad de ser enterrada en el panteón recientemente adquirido en el otro extremo del cementerio en el que descansaba su marido.

Fotografía de Teresa Soto.



domingo, 16 de febrero de 2020



PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (65)
CAPÍTULO X
La Ambición

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A medida que discurrían los días, sus explicaciones hicieron que, a la par que aumentaban mis conocimientos sintácticos, mis fallos disminuyeran de calibre. Quizás fuera ése el motivo por el que, a partir de entonces, don Julián dedicara menos tiempo a repetir ejemplos gramaticales y más a hablar de lo que constituía su mundo actual y pasado; un mundo, que siendo real, parecía extraído del mejor libro de aventuras, en el que yo me sumergía cada vez que me relataba, con todo lujo de detalles, pasajes de su existencia pasada, con referencias constantes al amor y a la poesía, que para él venían a ser casi la misma cosa. En estas conversaciones, me sentía atrapado por la locuacidad de mi interlocutor y, escuchándole, creía estar leyendo en las páginas de ese libro de aventuras, el mensaje que en aquel preciso instante colmaba mis aspiraciones: entender y comprender los secretos de la vida, expresados literariamente, cuando no, enaltecidos bajo mil formas poéticas. En la forma de contarme sus anhelos, preferencias y, en definitiva, su modo de encarar la vida y aconsejarme, guardaba un cierto parecido con Madame Stéphanie. Como si se hubiera puesto de acuerdo con ella, mencionaba a santo Tomás de Aquino cuando aumentaba progresivamente la dificultad de los ejercicios sintácticos, repitiéndome: “A lo complicado debes llegar a través de lo sencillo”. También era curioso cómo, al igual que aquella, cuando me relataba acontecimientos pretéritos, los narraba con tanto apasionamiento que parecía estar viviéndolos de nuevo. Sin proponérselo, este hecho denunciaba mi apatía anterior, haciéndome consciente de que tenía que vivir con gran intensidad cada instante de mi actual juventud. Pensaba que cuando fuera mayor, yo también tendría que transmitir mis experiencias actuales a las generaciones futuras con igual claridad, aunque no necesariamente estuviera de acuerdo con el mensaje sesgado que, tanto madame Stéphanie” como don Julián, e incluso mi padre, dejaban entrever de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”; en ese punto, creía que a mí no me habría de suceder lo mismo.
Un buen día, me preguntó sorpresivamente:
―Estás enamorado, ¿verdad?
Y antes de que yo pudiera responderle, se anticipó diciéndome:
―Sé que tu contestación va a ser afirmativa, porque no se concibe un poeta que no esté enamorado, aunque el objeto de su amor no sea necesariamente una mujer. La poesía, la auténtica poesía, sólo puede brotar de un espíritu enamorado.
Yo le relaté mis sentimientos hacia Cécile, e incluso le mencioné mis episodios con Arancha, de la que había conseguido librarme gracias a la casualidad, y no porque hubiera tenido el coraje de mandarla a freír espárragos.
―A mí me ocurrió un hecho parecido cuando estudiaba en Madrid, en la Facultad de Filosofía y Letras ―me comentó pausadamente, tras reavivar el fuego que consumía su puro―. Por aquel entonces yo ya tenía echado el ojo a una compañera, que me atraía por su discreta manera de comportarse, y porque en alguna ocasión, cuando me sorprendía mirándola, ella bajaba la vista para luego volverme a mirar de nuevo. Ya te anticipo que esa mujer era Rosario, mi esposa, a la que un día de estos te presentaré, pues es tan tímida que cuando doy clase, ella se retira a su habitación a leer, que es su afición preferida. Pues bien ―dijo, exhalando una bocanada de humeantes vapores―, todos los días, por los pasillos de la Facultad, entre clase y clase, una jovencita se colocaba a mi lado haciéndose la encontradiza y me daba palique. No era fea ni tenía mala presencia, pero me molestaba sobremanera su compañía, porque no deseaba en modo alguno que mi amor platónico creyera que estaba comprometido. No sabiendo qué hacer para que no me acompañara más, aproveché que en su intrascendente conversación se interesara por la rama de Filosofía que yo estudiaba, para devolverle la pregunta con muy mala intención. Y tú ―le dije― ¿de qué rama estás colgada? Comprendo que la pregunta fue una grosería por mi parte, pero sirvió para deshacerme de tan pegajosa compañía. Me dolió lo que hice, pero me sentí liberado. En ocasiones hay que tomar decisiones no apetecibles: “El bien supremo del amor no puede estar cuestionado” ―enfatizó.
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domingo, 9 de febrero de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (65)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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A continuación, asiendo fuertemente la cuchara, con cuatro dedos curvados sobre el mango y el pulgar extendido, muy cerca de la concavidad, madre e hijo se abalanzaron sobre la olla. Comían con hambre fiera. Por instinto, soplaban débilmente el arroz, en un vano intento de enfriarlo y acto seguido lo engu­llían, sin afectarles la temperatura del alimento. Exhalando vapor, repetían la operación de abastecimiento una vez tras otra, apalancando con la cuchara para aprovechar el envite, sin concederse un respiro, como si ambos estuvieran haciendo acopio de energía para el resto de la semana. Transcurrieron unos minutos hasta que mi tía se dio cuenta de que yo todavía estaba con la primera cucharada.
―¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusta?
―Sí, tía ―dije mintiendo―; es que está muy caliente. ―Y continué soplando.
 Cuando no me fue posible continuar con el embuste, cerré los ojos y abrí la boca. Los primeros granos de arroz atravesaron con dificultad mi garganta, totalmente paralizada como consecuencia de lo que había visto y olido, pero no llegaron al estómago, porque unas oportunas náuseas, me hicieron arrojar lo poquito que retenía en el esófago.
―¿Te has atragantado? ―preguntó mi primo.
―Bebe un poco de agua y espabílate si no quieres quedarte sin comer ―subrayó mi tía.
―Me parece que no voy a comer más. He debido coger mucho sol en la tapia del Manga Corta ―dije, mintiendo como un bellaco― y prefiero no forzar el estómago hasta que se me pase el sofoco.
―¡Lo que te estás perdiendo! ―farfulló Jeremías, lanzando una perdigonada de arroz al hablar.
Recostado en el banco, observé que lo que me había perdido se lo estaban comiendo las moscas, que prudentemente esperaban a que mis parientes sacaran la cuchara de la olla para penetrar ellas.
Un empujón en la puerta y unos pasos vacilantes anunciaron la llegada de mi tío, que fiel a su costumbre, saludó con la consabida introducción:
―¡Mecagüen… el Sol y sus planetas! ¡Qué chicharrera hace! A mí el calor me va a matar un día de estos.
―A ti lo que te mata es el calor que te da el vino o lo que hayas bebido ―contestó Lucía, sin parar de comer.
―¡Mecagüen… la revolución rusa! El día que no me afees haber bebido, o no estás en casa, o te has muerto, o mejor las dos cosas ―contestó mi tío, elevando la voz.
―¡Animal! ¡Más que animal! ¡Siempre faltando! No tendré en cuenta lo que me has dicho, porque según estás, no sabes lo que dices ―replicó mi tía, alterándose. Luego, retirándose de la mesa, le dijo―: Siéntate, coge mi cuchara y apáñate unos granos de arroz a ver si te van empapando el alcohol. Calamidad, que eres una calamidad.
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Fotograma de la película "Amanece que no es poco" Homenaje a José Luis Cuerda.


domingo, 2 de febrero de 2020


EL YANTAR DE MÍO CID
Revista gastronómica
GUÍA MICHARLYN


RESTAURANTE  LIBERTÉN  (ZAMORA)

Es una suerte inmensa comenzar esta nueva sección dedicada a la gastronomía, ponderando las excelencias de un restaurante zamorano en el que nuestra vista, gusto y olfato, se recrearon de principio a fin con los manjares  que Raúl y Manuel Carlos nos ofrecieron en un singular trayecto culinario.

De comienzo, tomamos zamburiñas, pulpo a la gallega y navajas, como entrantes para  abrirnos el apetito... y ¡de qué forma lo hicieron! Las primeras, de mediano tamaño, contenían el sabor de esta joya del mar, potenciado a la máxima expresión. El pulpo salteado con patatas y salpicado de pimentón, estaba en su justo punto de cocción y, a juzgar por la dimensión de cada pincho, se deducía que habrían formado parte de un ejemplar de gran tamaño, ¡delicioso! Otro tanto se podría decir de las navajas de magnífico aliño y textura.

Para los segundos platos elegimos chuleta de ternera rubia y corvina al horno con patatas (éramos cuatro los comensales). La corvina se deshacía en la boca y la ternera a la plancha, estaba tiernísima, conservando en su jugo el sabor de las carnes de calidad. Por indicación del chef, regamos nuestros platos con un LIBER 10 de bodegas Liberalia D.O. Toro. De origen de uva garnacha, cada sorbo aportaba su innegable estancia en barrica de roble.

Los postres fueron unos deliciosos pasteles de nata, hojaldre y chocolate. Los chupitos y el café pusieron un espléndido broche a una regia comida en un local de decoración moderna y en el que el servicio estuvo siempre muy pendiente y atento a nuestras indicaciones, sin agobiar y con excelente carácter.

Para que la comida resultara aún más emotiva, contamos a su término con la presencia de la matriarca e impulsora de este legado gastronómico que ahora regentan sus hijos: la simpatiquísima Bego Muñoz Alonso. Su charla fue la guinda que colmó el vaso de las satisfacciones.

En resumen: En su próxima visita a Zamora, además de gozar con toda la riqueza arquitectónica que la ciudad ofrece, no deje de visitar este monumento gastronómico situado junto al Duero.


jueves, 30 de enero de 2020



Crónicas de mi Periódico                    30 de enero de 2020

EL TIEMPO PASA


El tiempo pasa/nos vamos poniendo viejos/yo el amor no lo reflejo como ayer./
En cada conversación/cada beso cada abrazo/se impone siempre un pedazo de razón.
Así comienza la letra de una de las canciones del cantautor cubano Pablo Milanés que, como ven, canta sobre la transformación de los fogosos sentimientos de juventud, en otros más atemperados y racionales. Con el paso del tiempo, se moderan los impulsos vitales e incluso hasta los andares; el ritmo se sosiega, porque la anatomía no da para más.

Estos cambios físicos suelen ir acompañados de otros mentales que nos permiten observar, desde la atalaya de los años vividos, el discurrir de los acontecimientos actuales con "un pedazo de razón" como reza la canción. Estamos físicamente menos ágiles, pero mucho más maduros de mente, hasta el punto de que no nos creemos, sin más ni más, aquello que vemos o escuchamos y con la reflexión intentamos explicarnos el proceder de quienes conforman nuestro entorno.

Mientras observo desde mi ventana el goteo continuo de la lluvia, me pregunto si la lugarteniente de Maduro habrá pisado suelo español o la habrán llevado en volandas hasta la sala Vip del aeropuerto. Tengo curiosidad por saber cómo el ministro Ábalos ha permanecido media hora con ella sin decir nada, simplemente saludándola. ¿Cuántas veces se habrán estrechado las manos? ¿Cuántas miradas cómplices se habrán dirigido? Para desentrañar este misterio, los guionistas de "Cuarto Milenio" puede que hayan hecho acopio de interrogantes para varios capítulos.

Otro enigma por resolver es llegar a conocer cómo una actriz puede permanecer ochenta y cuatro años sin ser descubierta. Aconsejo a nuestra amiga Benedicta hacer una protesta formal ante el Sindicato de Cazatalentos de nuestra subvencionada y poco exitosa industria cinematográfica. Por otra parte, no ha habido en esta edición y van...ninguna sorpresa sobre los ganadores de las estatuillas goyescas. El resultado ya lo conocían al menos 200.000 telespectadores que este año se han negado a contemplar la Gala y sus astracanadas. El escritor, Arturo Pérez Reverte, ha escrito sobre las mal aprovechadas subvenciones que recibe el cine y las escasas que se otorgan a los escritores. Debe ser cuestión de preferencias, o quizás, una reacción lógica contra los que sistemáticamente recuerdan a los políticos el nulo caso que hacen de los consejos de la RAE.

Y en esta confrontación de los unos contra los otros, surge "el pin parental", ¿una herramienta imprescindible para atajar los problemas de la convivencia de género o un adoctrinamiento en el pensamiento único? Depende de qué lado te encuentres. En este país los grandes temas que deberían ser inmutables, gobierne quien gobierne, no se consensan, simplemente se eliminan para ser nuevamente cortados de raíz, cuando el gobierno cambia de color.

No sé si en la desgracia conseguiremos aunar esfuerzos. El amenazante coronavirus puede que nos brinde la oportunidad de hacerlo y mientras tanto, no lejos de donde vivo, un hermoso edificio se ha restaurado y los propietarios han patentizado sus preferencias decorativas del modo que muestra la fotografía. No cabe mejor descripción gráfica de un desacuerdo.



Fotografías de Rosario Fernández García y del autor.









domingo, 19 de enero de 2020


CONVERSACIONES CON ÓSCAR (XV)








Ir al cine a visionar una película dirigida por Martin Scorsese en la que los principales papeles están reservados a actores como Robert De Niro (Frank Sheeran), Al Pacino (Jimmy Hoffa), Joe Pesci (Russel Bufalino) y Harvey Keitel (Angelo Bruno), entre otros, es un excelente aval para presagiar que la cinta no nos va a defraudar.

Aunque la obra dura tres horas y media, es tal el interés que suscita para quienes gustamos del cine bien hecho que, pese a que el metraje podría quizás acortarse un poco, la habilidad de Scorsese para conducir la acción y la excelente interpretación de los actores, hacen que este aspecto pueda ser considerado, incluso, como un factor positivo.

La historia está filmada desde la óptica de un decrépito mafioso (Frank Sheeran, "El irlandés") que relata las tres últimas décadas de su vida, desde la amargura de saberse autor de múltiples asesinatos sin que los sentimientos de arrepentimiento acudan a él en los momentos previos al desenlace fatal, que sospecha, no tardará en llegarle. Frank es un veterano de la Segunda Gran Guerra, posteriormente camionero, que se enrola como sicario en la mafia de Filadelfia, dirigida por Jimmy Hoffa, líder del sindicato de camioneros que desapareció de forma misteriosa en 1975 y del que, hasta el momento, nada se sabe sobre su paradero.

La narración de las tropelías cometidas durante los años 50, 60 y 70 del siglo pasado y las conexiones con el crimen organizado y con las corrientes políticas del momento, constituyen  el hilo conductor de unos hechos que podrían constituir una miniserie.

El ritmo que imprime Scorsese a esta narración es mucho más pausado que el que se aprecia en filmes anteriores Como "Casino"," Los infiltrados" o "Pandillas de Nueva York", quizás para que el excepcional trío de protagonistas, se luzca con interpretaciones deslumbrantes, poniendo de relieve no solo el lado enormemente violento de sus vidas, sino también sus traumas y sus miedos, lo que reviste a la cinta de un tono intimista en el que el espectador llega a empatizar y compadecerse de la vergonzante crueldad de estos asesinos reducidos a la penosa situación humana a la que les conduce el inexorable paso de los años.

A destacar el maquillaje, que resulta sorprendente, al mostrar el devenir del tiempo en las facciones de los protagonistas, dotándoles del aspecto adecuado a cada época, lo que da continuidad y realismo a la acción. Otro tanto podría decirse del vestuario, muy conforme  a la moda de cada momento. Igualmente, resultan adecuados los temas musicales empleados que ponen una acertada nota de tristeza al oscuro mundo del hampa.

Por todo lo dicho, creo que "El irlandés" es una gran película  con unos protagonistas que demuestran en grado sumo su saber interpretativo y con un director que mueve la trama con destreza y oficio y que hace que algunos de ellos y la propia película, puedan ser considerados como serios aspirantes a la obtención de los Premios Oscar. Sería lo justo para lo que considero como una obra maestra del Séptimo Arte.

jueves, 16 de enero de 2020



PASAJES DE ·CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (64)
CAPÍTULO X
La Ambición

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Esta frase, que quedó flotando en el ambiente junto a las volutas de humo, la pronunció cerrando los ojos y levantando los brazos, como si estuviera declamando. Otras muchas muletillas de este tipo escucharía en los días venideros; con ellas jalonaba su exquisita conversación, siempre educada y correcta, tratando en todo momento de no establecer distancias entre profesor y alumno. Al principio desconocía si esas filigranas lingüísticas eran de su propia invención o si procedían de textos ajenos, que retenía en la memoria para adorno de su entretenida conversación. Con el tiempo, y a medida que aumentaban mis conocimientos literarios, me fue desvelando el origen de algunas de estas frases y la obra de la que procedían, aunque, en general, eran producto de su invención y las pronunciaba tan espontáneamente y con tanto gracejo, que le retrataban como un hombre culto y singularmente genial. A mí tanto me daba que fueran suyas o que procedieran de otros escritores, porque lo que yo admiraba de mi profesor era el oportunismo con el que las insertaba en nuestro diálogo y la vena poética que rezumaba al declamarlas.
Las primeras clases fueron algo áridas y de duro trabajo, dado mi supino desconocimiento para poder diferenciar el tipo de oración que se me proponía y el lugar en que debía ubicarla en una clasificación que él se esforzaba en explicarme, atendiendo a si eran simples o compuestas, y dentro de éstas, si pertenecían al grupo de coordinadas, subordinadas o de yuxtaposición, con las consiguientes subdivisiones de cada una de ellas. ¡En fin!, un lío morrocotudo del que no sabía salir airoso, aunque mis fallos nunca le desanimaban, al contrario, recitando teatralmente, me decía: “Tu desconocimiento es enorme, como un océano ―para luego, con un sonrisa, añadir―: Pero no te preocupes, que en lo profundo de los océanos se encuentran los tesoros más valiosos”.
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domingo, 12 de enero de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (64)

CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo


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En aquella cocina uno se podía poner de cualquier manera, menos cómodo. En un ambiente tan cargado, tenía la impresión de que el banco y los taburetes estarían impregnados de hollín o de grasa, y decidí continuar de pie, intentando aspirar el poco aire que circulaba por el pasillo.
Cuando mi tía entró en la cocina, me besó y me dijo con la mejor de las intenciones:
―He preparado para ti una comida especial; espero que te guste. Tenemos de primero, arroz a la zamorana y, si te quedas con hambre, conejo al «mecagüen» ―dijo, entre sonrisas.
―El arroz me encanta ―apostilló Jeremías―, pero ya es la cuarta vez que como conejo esta semana.
―No te quejes y da gracias a Dios ―le contestó Lucía―, que a tu padre, esta temporada, se le está dando bien bichear en los bardos del Parranda.
―Con tanto bichear, un día de estos a padre le va a sorprender la guardia civil y va a tener que dormir en el cuartelillo.
―¡Ojalá, bendito de Dios! Así apreciará lo que tiene en casa y de paso deja descansar el hígado. No creo que los guardias le den aguardiente para desayunar ―dijo Lucía, tomando con una cuchara de brezo un poco de arroz para hacer la probatura.
―¡Exquisito! Ya va cogiendo el punto. Lo voy a retirar del fuego para que repose y, entre tanto, Jeremías, vete poniendo la mesa ―dijo Lucía, satisfecha.
Hasta ese momento, yo creía que poner la mesa consistía en vestirla con el mantel, sacar las servilletas y colocar todo lo necesario para poder comer, como platos, vasos y cubiertos, pero en casa de mis tíos tenía otro significado, porque todo lo que hizo Jeremías fue separar la gaveta de la pared, arrimar el banco y los taburetes, colocar encima de la mesita una gruesa plancha de madera y anunciar:
―Madre, ya está puesta la mesa.
Con la mesa «puesta» en medio de la cocina, el arroz a la zamorana viajó, en brazos de Lucía desde el hogar hasta la plancha de madera, donde reposó tan sólo el tiempo que tardó mi tía en repartir a cada uno una cuchara de madera.
―Vamos a comer rápido, antes que se nos pase el arroz, como le sucedió a Justina, la Piquer, que cantando coplas de su artista favorita, no se dio cuenta de que de moza es cuando una tiene que echarse novio y ahora a los cuarenta está más sola que la luna ―comentó Lucía en tono jocoso.
―¿No esperamos a padre? ―preguntó Jeremías.
―Como esperemos a tu padre ―respondió Lucía― puede que en vez de arroz, comamos engrudo. Mariano hace lo mismo que un buen representante de vinos; no vendrá a comer hasta que no haya visitado la última cantina. Si viene a pie, a gatas, o lo tienen que traer, pronto lo sabremos. A veces no sé como el Mecagüen da con la casa ―concluyó Lucía, mofándose del apodo de su marido.
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jueves, 9 de enero de 2020


EL ROSCÓN DE REYES

Volver al trabajo tras unos días de descanso, produce en el ánimo, una resistencia difícil de superar. Tras la ducha, Raimundo se dispuso a desayunar con evidente desgana. Tenía la moral baja, y el estómago le protestaba con sensación de llenura, después de unos días en las que había abusado del marisco, de los dulces y de los licores tan propios de las fechas precedentes y a los que su organismo no estaba acostumbrado a ingerir en tanta cantidad. Quiso acompañar el café con un trocito de pan con fiambre, pero su mujer se lo desaconsejó: "No tomes el jamón de york. Aún queda mucho roscón de Reyes y ya sabes que la nata lo puede echar a perder".

Ante tan precisa recomendación, dirigió la mirada hacia un extremo de la península de la cocina. Todavía, encerrado en una brillante caja, descansaban los restos del roscón del día anterior. Quedaba bastante más de la mitad, si bien se encontraba horadado en varios puntos y mancillado por la curiosidad de su hijo pequeño, siempre dispuesto a encontrar el regalo escondido y el haba. El primero sería para el explorador y el haba, para su padre, al que entregaba la legumbre entre las risas de la familia.
Tomó un trocito del empalagoso dulce, no pudiendo evitar que la nata manchara sus labios y parte cayera sobre el mantel. "Maldita nata", dijo, para luego arrepentirse,  porque por similitud fonética, recordó a Natalia, una joven recién licenciada que ocupaba desde noviembre el puesto de asesora en la misma consultoría en la que él trabajaba y en la que no había dejado de pensar desde entonces. Se limpió la boca con cuidado, meditando la locura que suponía para un hombre casado como él estar absorto repasando imágenes que su cerebro reproducía sin cesar.

"¿Me puedo firmar este escrito o espero un poquito, don Raimundo?" Peticiones como esta o parecidas, resonaban en sus oídos con musicalidad aterciopelada y cuando ella se colocaba a su lado para señalarle el lugar exacto en donde debía estampar la firma, tardaba a propósito un tiempo en encontrar las gafas, se las colocaba sin ninguna prisa e, incluso, hacía un comentario banal sobre el tiempo; todo con tal de sentirse embriagado, por unos instantes, por el aroma que exhalaba la joven.

Aquel siete de enero, al incorporarse al trabajo, Natalia le recibió con la mejor de las sonrisas. "¿Sabe, don Raimundo? El director me ha dado una gran sorpresa: me ha concedido el traslado a Madrid en donde podré reunirme con  mi amorcito". Un silencio de segundos invadió la estancia. "¿No me dice nada?" . "Sí, sí, claro... me alegro mucho. Perdona, estaba despistado", respondió Raimundo totalmente atorado.

"Bueno, antes de despedirme—dijo la joven— quiero darle las gracias por la cordialidad con que me ha tratado en el corto espacio de tiempo que he compartido con usted. No lo olvidaré fácilmente". "Para mí también será difícil olvidarte", agregó Raimundo, sin que su subordinada se percatara del verdadero sentido de sus palabras.

De vuelta a casa, Raimundo preguntó por el roscón. " No queda nada, papá. Nos lo hemos comido entre mis hermanos y yo—dijo el niño pequeño—, pero te he guardado el haba".




domingo, 5 de enero de 2020


GOZOSO DÍA


Hoy no hablaré
de corazones desgarrados
ni del discurrir del tiempo,
cilicio contumaz de la existencia.
Hoy, solo voy a dejarme arrastrar
por la corriente del amable recuerdo,
hasta donde pueda,
hasta que el ahíto cerebro
grite no querer más,
inundado de ideales sensaciones.

Que mi boca cante lo que calló hasta ahora
y lata el corazón sin temor a lastimarse.
Al iniciar la senda de un nuevo año
siento la fuerza adicional
del sol acariciándome el cuerpo
con dubitativos rayos.

Quiero añorar tus manos y presagiar
la suavidad de su roce en mi rostro.

¿Vanas ilusiones? Lo desconozco...

Pero se han vuelto a iluminar las oscuras grutas
en donde reposan amenazantes pensamientos.

Hoy solo quiero sentir el amor
por las venas endurecidas de mi ser,
con un deseo enorme de vivir esperanzado
y de poder hacer en paz mi recorrido.

Fotografía de Pedro de la Fuente.